A finales de los 80, la marca francesa Evian fue capaz de capitalizar la creciente demanda por bienestar físico y un aspecto saludable, hasta el punto que prácticamente llegaron a ser capaces de embotellar esos conceptos.
"Evian se vendía con una persona bonita bebiéndola", explica Fishman. "En sus primeros pasos, mostraban hombres y mujeres maravillosos. Era como decir, si quieres ser guapo y saludable, bebe Evian".
Desde 1990 al fin del milenio, Evian pasó de vender 50.000 a 100.000 millones de litros.
Para algunos, la elección y la libertad merece el precio que se pide. Para otros, representa el exceso y la desigualdad del mundo moderno, donde 1.000 millones de personas no tienen acceso a agua limpia.
"No podemos dejar de ver que lo absurdo de la industria del agua. Hay gente que muere de sed o sin agua suficiente, mientras gastamos miles de millones y mucha energía en llevar agua desde quienes ya la tienen hacia otras personas que también ya la tienen", sentencia Wilk.
La actitud de los consumidores ha cambiado y las críticas a la industria no han hecho más que intensificarse.
En el centro del asunto está aquello de lo que realmente está hecha el agua embotellada: agua y petróleo. Los dos recursos más codiciados del mundo en uno.